viernes

Poema de Toyo Shibata

 
Cielo

Cuando estoy triste
miro las nubes
que parecen una familia,
que parecen un mapa de Japón,
que se persiguen,
y me pregunto
hacia dónde se deslizan.

Al anochecer,
nubes de un rojo vivo.
Por la noche,
el cielo cuajado de estrellas.

También tú necesitas
alzar los ojos al cielo.


[Traducción de Keiko Takahashi y Jordi Fibla]




Poema de h-elena rodríguez

 
ciruela tardía

Septiembre está en el árbol. La ciruela
se vuelve oscura al sol, y nadie alcanza
la rama de su fruto. 
Así sufre la carne de espesar
su enredo a la intemperie.
Me duelen como lágrimas los pechos.
Me duele su dolor de abandonarse.
Las vértebras se tronchan de estallidos.
A veces me sonrojo de sus cumbres,
redondo es su color de filamento.
Quiero llover mi rostro, desgranarlo,
no entiendo que en la espera haya un camino.
Los pechos como lágrimas me duelen.
Me duelen como lágrimas los pechos.
Y sueño en el abrazo, que contigo
la púrpura se vuelve familiar.
Fue tímida en el árbol la ciruela.




Poema de C. P. Cavafis

 
Desde las nueve

Las doce y media. Deprisa ha pasado el tiempo
desde las nueve en que encendí la lámpara
y me senté aquí. Estaba sentado sin leer
y sin hablar. Con quién iba a hablar
yo solo en esta casa.

La imagen de mi cuerpo joven,
desde las nueve en que encendí la lámpara,
llegó y me encontró, y me evocó
cerradas alcobas perfumadas
y el placer ya pasado –¡qué osado placer!
Y trajo a la vez ante mis ojos
calles que ahora ya no reconozco,
lugares llenos de vida que desaparecieron
y teatros y cafés que una vez fueron.

La imagen de mi cuerpo joven
vino y me trajo la tristeza:
lutos de familia, despedidas;
sentimientos de los míos, sentimientos
tan poco atendidos de los muertos.

Las doce y media. Cómo ha pasado el tiempo.
Las doce y media. Cómo han pasado los años.


[Traducción de Pedro Bádenas de la Peña]




Poema de Diana Raznovich

 
Poema

Debajo de mis ojos
sólo hay pena.

Si mis ojos te vieran
esta noche,

debajo de mis ojos
habría estrellas.




Poema de Rafael Escobar

 
Verdad de mayo

            (A Ángel Parreño y Pilar Ramírez)

Días en que el tacto del aire
es presagio,
roce de una promesa
que ya es fruto que acarician los dedos.
Hay música,
sol en la ciudad radiante,
y en nuestros rostros que miran
como niños atónitos,
una firme voluntad
de olvidar lo que nos duele,
una fe en que el milagro
dejó de ser nube o palabra
para hacerse luz que se ofrece
y vive su inocencia entre nosotros.
Hay que abandonar quien fuiste,
desaparecer en los amigos,
dejar que su abrazo te niegue
y su voz sola
marque el ritmo espontáneo de tu sangre;
saber en ellos
que hay un ángel inadvertido
en crecer y vivir,
que en la lumbre de los que se aman
se abre intacto cada día
el centro feliz de nuestra esperanza.




martes

Poema de Pere Gimferrer

 
Arte poética 

Algo más que el don de síntesis:
ver en la luz el tránsito de la luz.




Poema de Amador Palacios

 
Buenas noches.
Dejo sonando una cascada
de sonidos en el piano
que, oh Poder de la música,
alivia este hondo embargo.




Poema de Pilar Blanco

 
No saber nombrar

Dime,
¿para qué las palabras
si no inventan el mundo?




domingo

Poema de Isabel Navarro

 
Como en la cafetería de un tanatorio.
Con bocadillo de jamón
y ojeras.
Con sonrisa fácil
y extrañas anécdotas,
que no vienen a cuento.
Hablar por hablar
para después gemir.
Casi uno de esos romances a las 5 de la mañana.



Poema de Juan Carlos Valera

 
ARCO

Cruzar el río sin puente.
Partir al infinito sin moverse.




Poema de Roque Dalton

 
SUEÑO N° 11.880

Caen señoritas en paracaídas y todas, gracias al cielo del que vienen, se parecen a ti. No traen armas, pero la forma de los pelitos de su vientre nos aterroriza de delicia desde la altura que empequeñece veloz. Todas hacen mohínes simultáneos, anticipando que su belleza es, como siempre, cruel. Todas se llaman como tú. De sus hombros sin alas penden como cabezas de cadáveres las máscaras antimariposas y de las vainas de sus espadas olvidadas surgen góticos lirios que echan chorritos de niebla estrictamente lila. No tienen la cabellera que te baña los pies, tu negro nido de oropéndola donde quise vivir por los siglos de los siglos, despertándome a diario frente a un preciosamente inserto desayuno de pergaminos cocidos y toronjas, pero se defienden con la loca brillantez de sus cascos decorados con brochazos de aceite industrial y minio en polvo. Sin el menor esfuerzo, mueven convulsivamente las caderas para hacer de su caída un real desaire al aire y, así, parecerían la más majestuosa plomada de plumas entrando en los arroyos del Paraíso Terrenal, si no fuera porque cada diez metros muestran esos terribles carteles en que anuncian pastelitos rellenos de leche de mujer. Tampoco tienen nada que ver con las medusas marinas ni con su posible esqueleto de suspiros helados. Tienen de ti ese porte que delata el olor bestial del amor después de un año de abandono o de burla, ese halo infernal de las enamoradas desahuciadas por Dios, esa súplica que nos ordena desnudarnos y sumirnos en pensamientos y reminiscencias que tienen que ver con las misas mayores de Semana Santa, los improperios de la multitud ante los errores crasos de los más inmensos héroes deportivos, los nudos de serpientes gordas que llenan las cuevas de la selva de Honduras, o el combate de dos tanques pesados, librado en el interior del Museo del Hombre. Oh pasión por ellas: deberá llover tanto y tan frío aún sobre ti para que pueda al menos soportarte, manipularte, usarte! Todas caen, al mismo tiempo, sobre el prado. Las flores que pisan y machucan vuelven a erguirse de inmediato.




Poema de May Yudith Serrano

 
CUADROS (II)

AQUÍ hay una muchacha sentada sobre un banco y con un libro.
La muchacha está esperando a un hombre.
Cualquier novato podría decir que estudia,
pero realmente está esperando a un hombre;
por eso no puede concentrarse.
La cara casi no se le ve,
la tapa el pelo, que está más rebelde
porque la muchacha lo lavó ayer
–es lógico que antes de una cita una se lave la cabeza–.
El hombre no vendrá:
ha discutido con su esposa y ahora debe quedarse en casa,
para la cena de la reconciliación.
La muchacha esperaría un rato
y luego se marcharía triste, si esto no fuera un cuadro.
Pero tiene que estar ahí hasta que el cuadro se haga polvo,
quién sabe cuánto tiempo,
disimulando su intranquilidad con ese libro tonto,
sintiendo eterna la tarde (que es de veras eterna por culpa del pintor)
sabiendo que no ha llegado pero no que no llegará.
Cualquiera pensaría que es mejor para la muchacha
–cuyo doble tiene ahora tres hijos–
esto de que el hombre no venga,
si, como bien se nota, no la quiere;
pero yo sé bien que no,
que lo peor es la espera.




viernes

Poema de Víctor Briones Antón

 
dormir destapado
paladear el frío al caer en la mañana
esa parálisis es la verdad
el cuerpo que no
la hiel bajo la lengua
el zumbido de un mundo lleno
de callejones cuesta abajo




miércoles

Microrrelato de Antonio Fernández Molina

 
El fin de la excursión 

Los excursionistas gozaban del paisaje. Lucía el sol y la temperatura era templada. Algunos apacibles animales pastaban en el prado. En medio de ellos había un hombre junto a una maleta abierta y vacía.
–¿Por qué no cierra la maleta? –le preguntó un excursionista.
El hombre no le hizo caso, pero el excursionista volvió a insistir una vez y otra.
Al final, haciendo un gesto decisivo, aquel hombre la cerró de golpe. Al mismo tiempo la luz se fue de repente, los excursionistas se quedaron a oscuras y muy pronto empezaron a notar cómo les faltaba el aire.




sábado

Poema de José Hierro

 
El amor estaba escondido
como la almendra en la corteza.
Agazapado suavemente,
circulando cálidamente.

Y era preciso detenerlo,
paralizarlo, congelarlo,
encadenarlo en líneas, ritmos,
desarraigarlo de su tránsito,

darle bulto, darle reposo,
encerrarlo en unas figuras
que no sean hija ni madre,
sino materia del amor,

sino parpadeo de estrella
que no se extingue nunca. Llama
salvada de su acabamiento,
hecha presente para siempre.




miércoles

Poema de Rafael Pérez Estrada

 
LA NUBE

Contra toda costumbre
una nube ocupa el salón principal.
De repente, al abrir la ventana
vino envuelta en la luz
como llegan las prisas.
La creímos una nube extranjera
venida de un lejano
país beligerante.
No molesta,
y siempre está nublando
el techo de la sala
(un detalle exquisito).
Es elegante y leve,
casi azúcar de feria,
y parece feliz
aunque algunos domingos
llueva desconsolada.



domingo

Poema de Paul-Jean Toulet

 
Pálida aurora de febrero,
De tórtola el matiz,
Ven, apacigua nuestra lid,
Me harté de desespero;

De sangrar para la infeliz
Más de un negro tintero...
Pálida aurora de febrero,
De tórtola el matiz.


[Traducción de Jorge Jimeno]




sábado

Habla la Fortuna

 
–Mirá, los sabios son pocos, no hay cuatro en una ciudad; ¡qué digo cuatro!, ni dos en todo un reino. Los ignorantes son los muchos, los necios son los infinitos; y así, el que los tuviere a ellos de su parte, ésse será señor de un mundo entero.




viernes

Poema de Javier García Rodríguez

 
MEMORIA

Por entonces,
el mundo se extendía
no más allá del muro
que cerraba la calle.
La tapia, le decíamos,
con el nombre cercano
que damos a lo nuestro.
La tiraron un día
para hacer nuevos pisos
de ascensor y garaje.
Detrás no había más mundo.
Y la ilusión prevista
por un lugar distinto
quedó en sombra y en polvo.
Así la vida toda:
ir derribando muros
que caen sobre la infancia.




lunes

Poema de César Vallejo

 
Forajido tormento, entra, sal
por un mismo forado cuadrangular.
Duda. El balance punza y punza
hasta las cachas.

A veces doyme contra todas las contras,
y por ratos soy el alto más negro de los ápices
en la fatalidad de la Armonía.
Entonces las ojeras se irritan divinamente,
y solloza la sierra del alma,
se violentan oxígenos de buena voluntad,
arde cuanto no arde y hasta
el dolor dobla el pico en risa.

Pero un día no podrás entrar
ni salir, con el puñado de tierra
que te echaré a los ojos, forajido!




domingo

Collage con poema en prosa de José Luis Jover

 


Al anochecer, en los parques ya sin nadie del otoño avanzado, a veces, en su deambular, se acerca hasta la débil luz de una farola, envuelto en su vieja gabardina, el amistoso fantasma, triste y feo, de la melancolía.





Poema de Ángel González

 
POR RARO QUE PAREZCA

Me hice ilusiones.
No sé con qué, pero las hice a mi medida.
Debió de haber sido con materiales muy poco consistentes.




sábado

Xirandiya

 
Si se va la palomba
ella volverá,
que dexó los pichones
a mediu criar.

Nun se va
la palomba, non,
nun se va,
que la traigo yo.



Poema de Ovidio

 
APARENTA QUE MANDA ELLA

Pero lo que has de hacer por tu cuenta y lo estimas útil,
procura que tu amiga eso siempre te lo pida.
Se ha prometido la libertad a alguno de los tuyos:
pues procura que ése la pida a tu dueña.
Si perdonas el castigo a un esclavo, si le libras de crueles cadenas,
lo que ibas a hacer, que ella te lo deba a ti.
Sea tuyo el provecho, regálale la gloria a tu amiga:
tú no pierdes nada, represente ella el papel de poderosa.


[Traducción de Antonio Ramírez de Verger]



Sobre la reconciliación amorosa

 



viernes

De donde no hay no se puede sacar

 
«No por darle cacao a la vaca ordeñarás chocolate».

[Traducción de Elzbieta Bortkiewicz y Abraham Gragera]




martes

Cuento de Augusto Monterroso

 
Vaca

Cuando iba el otro día en el tren me erguí de pronto feliz sobre mis dos patas y empecé a manotear de alegría y a invitar a todos a ver el paisaje y a contemplar el crepúsculo que estaba de lo más bien. Las mujeres y los niños y unos señores que detuvieron su conversación me miraban sorprendidos y se reían de mí, pero cuando me senté otra vez silencioso no podían imaginar que yo acababa de ver alejarse lentamente a la orilla del camino una vaca muerta muertita sin quien la enterrara ni quien le editara sus obras completas ni quien le dijera un sentido y lloroso discurso por lo buena que había sido y por todos los chorritos de humeante leche con que contribuyó a que la vida en general y el tren en particular siguieran su marcha.



lunes

Si me oyes



I

Si me oyes,
si desde algún lugar puedes oírme
y no es mucho pedir,
escucha:
              te lloré
pero el tiempo pasó, ha pasado
como un pañuelo por mis ojos.
Ya soy capaz de escribirte el poema.
Es como llevarte flores
y hacerte compañía, hacernos compañía un rato.

Rosas, claveles, nomeolvides, violetas, crisantemos...
(El ramo debería ser igual que tú de generoso).






II

Si me oyes,
si no es una quimera que me oigas,
deja que vuelva atrás por un momento.

Soy de nuevo un bebé tranquilo
y en tus manos, pequeñas y robustas,
miro a mi alrededor 
con el asombro propio de mi edad.
No sé lo que es la vida,
no lo sé pero te sonrío
y sonrío en señal de gratitud.

Me enseñarás a caminar, en el más amplio sentido,
y me serás leal como el tronco a la rama.
¿Cómo voy a negar, cuando te mueras,
la existencia del cielo?
A pulso te lo habrás ganado
en mis recuerdos.





III

Si me oyes, si más allá de tus cenizas me oyes, permíteme que comparta contigo algo singular que me sucede: desde que tu voz se ha convertido en el silencio (tu voz antaño acogedora y cálida como una sala con chimenea) me da la sensación de estar, cuando hablo contigo, hablando con Dios; y pienso entonces, lo estoy pensando ahora, en la idea de un Dios personal, imaginándolo idéntico a ti: un Dios que fuese bajito, cascarrabias, simpático, sufrido, tierno, buena gente; un Dios, en fin, en el que incluso el más escéptico podría creer.





IV

Si me oyes,
si maltrecho siquiera el poema te alcanza,
me gustaría hacerte una pregunta
(por supuesto retórica):

¿A que fuerzas oscuras has persuadido,
con tu pico de oro,
para que sigamos enteros?

Partidos por la mitad
tendríamos que encontrarnos, por lógica,
quienes tanto te quisimos.
Partidos por la mitad:
mitad esposa, mitad viuda,
mitad hijos, mitad huérfanos.





V

Si me oyes, si el halcón mensajero de mi voz te entrega estas palabras y las miras no digo ya con aquellos tus ojos grises como días azules o azules como días grises –nunca supe, perdóname, exactamente cómo eran– sino, al menos, con unos ojos nuevos y gloriosos, gloriosos, gloriosos, mándame una señal, por favor te lo pido, mándame una señal. Por ejemplo: haz que se publiquen en deliciosa edición, la que tú te mereces, y me llene de fe, de inquebrantable fe leyéndolas.





VI

Si me oyes,
si nada ni nadie nos impide el diálogo,
decirte que me calo en ocasiones tu sombrero
(uno de tu modesta colección)
no porque te eche en falta
sino porque me gusta, simplemente,
y noto que con él camino con gran swing.

Me impresiona, por cierto, la imagen que conserva:
tú quitándotelo,
como el perfecto caballero que eras,
al entrar en la muerte.





VII

Si me oyes,
si aunque sea sin ti me oyes,
el poema es un éxito
absoluto.
               Pero si no me oyes,
si hay un jardín absurdo en su sonido,
cómo pese al fracaso no seguir
de tarde en tarde hablando, tan por dentro,
contigo. Yo a ti sí que te oigo.
No sólo en la memoria o en la sangre
o en algún rasgo nuestro o en tus huellas:
te oigo
           –tu silencio 
me sabe como a música–
en lo esencial que me dejaste aquí,
                                                     en este amor
tan grande y puro,
en lo que te has quedado a ser:

el único superviviente, padre mío, de este mundo.



In memoriam E.G. 
(1953-2018)





domingo

¡Voilà!


«De un saco vacío saco el vacío».




Poema de José Ángel Valente

 
Tu imagen melancólica
en el cristal tan tenue
borrada por la lluvia
es la imagen de un niño
que aún se asoma a su adentro
buscando a tientas la quebrada imagen
de lo que quiso ser.

                                                                         (Retorno)




jueves

Cita

 
«Una cita con una reina vale al menos el tener que aguardar».

[Del cuento El retrato encantado. Traducción de José Antonio Millán Alba]




Lectura de un poema veraniego

 



miércoles

Lección de Wallace Stevens

 
Ten en cuenta: I. Que el mundo entero es materia para la poesía; II. Que no existe ninguna materia específicamente poética.

[Traducción de Marcelo Cohen]




Advierte Gracián

 
80. Atención al informarse. Vívese lo más de información. Es lo menos lo que vemos; vivimos de fe ajena. Es el oído la puerta de la verdad y principal de la mentira. La verdad ordinariamente se ve, extravagantemente se oye; raras veces llega en su elemento puro, y menos cuando viene de lejos; siempre trae algo de mixta, de los afectos por donde pasa; tiñe de sus colores la pasión cuanto toca, ya odiosa, ya favorable. Tira siempre a impresionar: gran cuenta con quien alaba, mayor con quien vitupera. Es menester toda la atención en este punto para descubrir la intención en el que tercia, conociendo de antemano de qué pie se movió. Sea la refleja contraste de lo falto y de lo falso.




martes

Del cancionero anónimo

 
Pues se pone el sol,
palomita blanca,
vuela y dile a mis ojos
que por qué se tarda.



¿De dónde sino del amor?

 

«En el retablo tan rico de la vida del niño no hay cuadro más dulce y santificado que el de la madre que narra un cuento, en cuyas rodillas se reclina una cabeza con ojos llenos de profundo asombro. ¿De dónde obtienen las madres este arte poderoso y alegre, esta alma tan creadora, sus portentosas mañas de narradora?»

[De Hermann Lauscher. Traducción de Víctor Scholz]



sábado

Poema de San Juan de la Cruz

 
Tras de un amoroso lance,
y no de esperanza falto,
volé tan alto, tan alto,
que le di a la caza alcance.

Para que yo alcance diese
a aqueste lance divino,
tanto volar me convino
que de vista me perdiese;
y con todo, en este trance,
en el vuelo quedé falto;
mas el amor fue tan alto,
que le di a la caza alcance.

Cuando más alto subía,
deslumbróseme la vista,
y la más fuerte conquista
en oscuro se hacía,
más por ser de amor el lance
di un ciego y oscuro salto,
y fui tan alto, tan alto,
que le di a la caza alcance.

Cuanto más alto llegaba
de este lance tan subido,
tanto más bajo y rendido
y abatido me hallaba.
Dije: "no habrá quien alcance",
y abatíme tanto, tanto,
que fui tan alto, tan alto,
que le di a la caza alcance.

Por una extraña manera,
mil vuelos pasé de un vuelo,
porque esperanza del cielo
tanto alcanza cuando espera;
esperé sólo este lance,
y en esperar no fui falto,
pues fui tan alto, tan alto,
que le di a la caza alcance.




Haiku de Jack Kerouac

 
La luna tuvo
            un bigote de gato
durante un segundo.

[Traducción de M. Antolín Rato]