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domingo

Texto de María Zambrano

 
Las lágrimas de la aurora

Llora ella; ella, ¿o quién? Llora inconteniblemente y en horas imprevisibles. No producen extrañeza sus lágrimas cuando el día la ha abandonado sin mirarla tan siquiera sonrojarse, cuando la corona de nubes ha mostrado ser falsa, y el manto sin color que la envolvía se ha retirado, dejándola por un instante desnuda; lo que, si dura lo bastante, desata su rencor y despierta a la jauría, aunque esté lejos y parezca imposible que haya visto nada y que no haya nadie, que nadie se despierte, azuzado por ella. Ladran a la aurora las jaurías, a la sombra de la Aurora, que se va envuelta en sombras y en negrura, vencida, mas sin llorar. Y luego, en otras horas del día, se derrama en lágrimas, inconfundible. Humillada y arrepentida, llora en los ojos de algún perro; en ese perro que aguarda siempre, reveladora figura de la fidelidad misma, y por ello es el mismo perro, el perro mismo, que llora con el mismo llanto: el llanto de la identidad sin palabra y sin reconocimiento, dejada ahí, sin más, como un deseo –mas llora.