miércoles

Sobre la inspiración


Hay días en que el vate anda que se poema encima y, a la vez, con algo indeterminado que tapona al poema. Es entonces uno de los momentos en que debe armarse de fe y llamar a la Musa, que de veras existe, y que puede ser muy generosa si se la trata como merece. Lo primero que tiene que hacer ese hombre (o mujer, tanto da) es ponerse pedigüeño, arrodillarse, pero literalmente arrodillarse tragándose su orgullo, y comunicarle que la necesita como el actor al buen guión; eso sí, esta plegaria es preciso que nazca de lo más hondo, porque ella, que es de verdad divina, le escruta por dentro y sabe latín. Pasado ese trance en apariencia ridículo, pero esencial, le toca entregarse, con más pasión que nunca, a las aficiones machadianas: leer y pasear. ¿Qué leer? Esos días embrionarios, sólo poesía. ¿De qué estilo? Suele dar buenos resultados leer de todo un poco y al tuntún, como un novato sin prejuicios, aunque hay excepciones, estados poéticos curiosos que necesitan vías especiales; por ejemplo, si se siente todo ojo y algo duro de oído, encontrará provechoso leer a colegas un tanto vacuos, pero maestros en la música del verso y muy ricos de lenguaje; en este caso, combinando lectura en voz alta y en silencio, y casi sin pensar en lo que lee, es seguro que más pronto que tarde se le destaponará el poema, pues el cerebro se le llenará de ritmos y palabras que ayudarán a la visión a hallar su forma, libre y graciosamente. En cuanto a los paseos, a priori no importa demasiado si se dan por unos caminos o por otros, aunque la mezcla de aceras y senderos, por norma general, es una elección acertada; pero lo fundamental es que sean paseos largos, para relajar los músculos, y sobre todo solitarios, para conectar con el silencio del poema; esto último es importante hasta tal punto que en ocasiones deberá esconderse, tras árboles o columnas, o en cualquier otro escondrijo que el paisaje le ofrezca, de los conocidos con los que en días ordinarios se detiene a charlar. Pero el tipo, en fin, ha de tomárselo con filosofía, que normalmente hace falta estar así una semana o dos y acaso el poema en su versión definitiva salga meses o años después, pese a destaponarse antes, porque nadie en el mundo está autorizado para marcar los tiempos de la Musa, que nunca se equivoca y siempre aparece, si ha de aparecer, en el momento justo y necesario.