viernes

Veinte aforismos



Pensar con belleza nunca es malo.


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Si no es un poco de luz en la cabeza y otro poco en el corazón, yo no lo llamo inteligencia.


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Sencillo, generoso, alentador... ¡Qué buen amigo es un camino verde!


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El sonido de la fuente imparte cursillos de silencio.


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El cuerpo siempre está viajando al futuro. Quizá por eso la mente vuelva tanto al pasado.


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Hay más estrellas que moscas.


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No se aprecia lo valiosa que es la esperanza hasta que alguno, desesperado, intenta robártela.


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¿Cuál es la diferencia entre lo grande y lo pequeño? Hay tristezas del tamaño de una tumba de bebé.


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Una de las principales utilidades de las nubes es ofrecer descanso a la mirada.


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Únicamente conozco tres tipos de sueños: los que tengo cuando duermo con la amiga, los que tengo cuando duermo con el perro y los que tengo cuando duermo solo.


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En verano se hace evidente que, dando sombra, los árboles dan luz.


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El ruiseñor no espera elogios por su canto. Sería malo para su voz.


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El ruido del mundo moderno se combate mejor con música clásica.


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Nada más profundo que el colorido coral de la alegría.


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Duro es ser un gigante: te miran con lupa los enanos. 
                               (Pensando en J. R. J.)


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Pasatiempo inocente: ver cómo un saco vacío, debajo de un reloj, se va llenando de tiempo.


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Es más frecuente oír risas desagradables que llantos desconsolados. Sugerente.


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Cerrándose, el corazón se disminuye.


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No puede ser casual que el sol, ese gran solitario, nunca nos deje solos.


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Un dicho apócrifo de San Juan de la Cruz: «Funesto es desoír la conciencia; santo, obrar a su gusto; místico, reconocerla como el gusto propio».