MEMORIA
Por entonces,
el mundo se extendía
no más allá del muro
que cerraba la calle.
La tapia, le decíamos,
con el nombre cercano
que damos a lo nuestro.
La tiraron un día
para hacer nuevos pisos
de ascensor y garaje.
Detrás no había más mundo.
Y la ilusión prevista
por un lugar distinto
quedó en sombra y en polvo.
Así la vida toda:
ir derribando muros
que caen sobre la infancia.