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sábado

Poema de Walt Whitman

 
[HABÍA UN NIÑO QUE SALÍA TODOS LOS DÍAS]

Había un niño que salía todos los días, y el primer objeto que miraba o aceptaba con sorpresa o pena o amor o temor, en aquel objeto se convertía,
y aquel objeto se convertía en parte de él durante el día o cierta parte del día... o muchos años o largos ciclos de años.

Las lilas tempranas se volvieron parte de ese niño,
y la hierba, y los dondiego de día blancos y rojos, y el trébol rojo y blanco y el canto del papamoscas,
y los corderos de marzo, y la camada sonrosada de la cerda, y el potrillo de la yegua, y la ternera de la vaca, y las ruidosas aves del corral o del cenagal junto a la charca... y los peces tan curiosamente suspendidos en el agua... y el curioso y hermoso líquido... y las plantas acuáticas con sus elegantes cabezas planas... todos se volvieron parte de él.
Y los brotes de abril y mayo se volvieron parte de él... los brotes del cereal de invierno, y los del maíz amarillo, y las raíces comestibles del huerto,
y los manzanos cubiertos de flores, y la fruta después... y las frutas del bosque... y las hierbas más comunes junto a la carretera;
y el viejo borracho que se tambaleaba hacia su casa desde la letrina de la taberna de donde acababa de salir,
y la maestra que pasaba camino de la escuela... y los muchachos afables que pasaban... y los muchachos folloneros...  y las muchachas limpias y sanas... y el muchacho y la muchacha negros descalzos,
y todos los cambios del campo y la ciudad allá donde iba.

Sus propios padres... él que había expulsado la materia de la paternidad por la noche, y lo había engendrado... y ella que le había concebido en su vientre y le había parido...
ellos le dieron a este niño más de sí mismos que eso,
le dieron todos sus días... ellos se volvieron parte de él y de ellos.

La madre que en casa pone en silencio los platos para la cena, la madre de palabras suaves... con su cofia y su vestido limpios... un olor saludable se desprende de su persona y de sus ropas cuando camina:
el padre, fuerte, autosuficiente, varonil, mezquino, enfadado, injusto,
el golpe, la palabra alta y clara, la discusión reñida, la hábil táctica para convencer,
las costumbres de la familia, el lenguaje, la compañía, los muebles... el corazón anhelante y henchido,
el afecto indiscutible... el sentido de lo que es real... el pensamiento de que si después todo es irreal, las dudas del día y las dudas de la noche... los curiosos cuándo y cómo,
si las cosas son lo que parecen... ¿o si son todo destellos y manchas?
hombres y mujeres que se amontonan en las calles... si no son destellos y manchas ¿qué son?
las mismas calles, las fachadas de las casas... los artículos de los escaparates, 
vehículos... reatas de caballos, los embarcaderos escalonados, el intenso tráfico en las terminales del transbordador; el pueblo de la colina visto desde lejos a la puesta del sol...
el río en medio,
sombras... aureola y neblina... la luz que cae sobre los tejados de tejas blancas y marrones, vista a tres millas,
la goleta cercana que baja con la marea soñolienta... la barca que arrastran por la popa,
las olas rápidas que se desploman y crestas que se rompen y golpean;
los estratos de nubes de colores... la larga barra pardusca solitaria a lo lejos... la extensión de pureza en la que yace sin movimiento,
la línea del horizonte, el cormorán que vuela, la fragancia del saladar y del fango en la orilla;
todas estas cosas se convirtieron en parte de aquel niño que salía todos los días,
y estas cosas se volvieron parte de aquel o aquella que ahora las lee.


[Traducción de José Luis Chamosa y Rosa Rabadán]