FUGACIDAD INMÓVIL
A Emilio Lledó
El poema que intentas
como el amanecer va deshaciéndose; es una nebulosa
que no puede expresarse. Su luz involuntaria te demuestra
la inutilidad del sentimiento.
Igual que se disuelve
la imagen de la nieve en el sauce
que nos introducía en el invierno, o huye hacia el reino vegetal la serpiente
en algunas variedades de cactus, buscas
—como si se tratara de un paraíso perdido—
entre las ruinas de la realidad.
Al conocer la alquimia
en la que se refugia su linaje, abandonas
poco a poco la farsa
de construir un decorado con sonidos retóricos.
Conviertes el lenguaje —causa de nuestra esclavitud—
en un jardín privado donde ensayas
lo mismo que el filósofo: saltar sobre tu sombra.
Como en el caleidoscopio, conocedoras del azar,
cambian en el poema las palabras al menor movimiento
o se ahogan en él lo mismo que los rostros
en el agua estancada de las fotografías.
Te emociona lo escrito, como te emocionaría
la aparición de algún antepasado, pues
llegan atravesando las paredes del tiempo los signos
que iluminan la nada.
No te engañes, ni exhibas
el plumaje fantástico de los pavos reales: escribes el poema
que a sí mismo se escribe, enciendes la elocuencia
vacía de la muerte.