CANTADO BAJO LOS ALPES
Santa inocencia, tú, la más familiar a los hombres
y los dioses, y su favorita, lo mismo
en su casa, que fuera, descansando
al pie de los mayores, siempre estás
llena de sabiduría feliz. Porque el hombre
conoce diversos bienes, pero se asombra,
semejante al venado, ante el cielo; a ti, en cambio,
¡qué puro te parece todo!
Mira, la ruda bestia del campo te sirve
y se fía de ti, el bosque mudo te predica
sus máximas, como en los viejos tiempos,
los montes te enseñan
leyes sagradas, y cuanto nos ordena ser,
a nosotros los muy experimentados,
el gran padre, solo tú nos lo puedes
proclamar con claridad.
Estar así a solas con los celestiales,
mientras pasan la luz, el río y el viento
y el tiempo se apresura a su cita,
contemplarlos con mirada serena,
no conozco ni deseo mayor dicha,
hasta que, semejante al sauce llevado por la corriente,
suavemente acunado y dormido en olas,
tenga que partir.
Pero gustoso queda en tierra quien incuba
lo divino en su pecho, y yo deseo
manifestarme y cantar, libre y en tanto se me permita,
en todos vuestros lenguajes celestes.
[Traducción de Eduardo Gil Bera]