CONCLUSIÓN
Está visto que no te sabes valer solo,
ni calentarte, ni peinar la cama,
la sopa no digamos,
el calcetín, la flor...
Vas hecho toda una calamidad.
Das más risa que pena
o más pena que risa. No se sabe.
Quizá te ocurra lo que a mí,
que no te alcanzas a rascar la espalda
ni a cortarte las uñas de la mano derecha,
ni sabes lo que hacerte con el sexo,
ni la paloma ciega de los labios
sabes dónde posar.
Debe haber un remedio
para esta tanta vaciedad idéntica,
espejo cada uno de los otros,
briznas, pestañas con la misma sed.
Una purga infinita
que nos acoja parigual y madre,
algo inocente y mágico como la sal en agua...
Como el misterio de aspirar el viento,
el pan análogo y el pulso,
la palabra «sumar»...