POEMA MEDITATIVO
Hace bien al espíritu
contemplar la puesta de sol.
Resulta en ocasiones
como si lo condujera a casa
tras haberse perdido, borracho
de tanto trajín, mental y físico.
Y los ojos, que quizá andaban
algo descolocados, de nuevo acogen
en pura comprensión; no sólo los sedantes
colores del cielo: también
el escarabajo, la mala hierba, la hormiga,
lo que menos gracia aparenta,
lo que eliminamos
del jardín. Porque entonces
—quién lo diría—
es la belleza misma y no nosotros
quien desde ellos mira, quien se ve
reflejada,
quien se acepta, sin conflicto, como somos.