II
(De Himnos a la noche)
¿Tiene que volver siempre la mañana? ¿No acabará jamás el poder de la tierra? Siniestra agitación devora las alas de la Noche que llega. ¿No va a arder jamás para siempre la víctima secreta del Amor? Los días de la Luz están contados; pero fuera del tiempo y del espacio está el imperio de la Noche. –El sueño dura eternamente. Sagrado sueño– no escatimes la felicidad a los que en esta jornada terrena se han consagrado a la Noche. Solamente los locos te desconocen y no saben del Sueño, de esta sombra que tú, compasiva, en aquel crepúsculo de la verdadera Noche arrojas sobre nosotros. Ellos no te sienten en las doradas aguas de las uvas –en el maravilloso aceite del almendro y en el pardo jugo de la adormidera. Ellos no saben que tú eres la que envuelves los pechos de la tierna muchacha y conviertes su seno en un cielo –ellos ni barruntan siquiera que tú, viniendo de antiguas historias, sales a nuestro encuentro abriéndonos al Cielo y trayendo la llave de las moradas de los bienaventurados, de los silenciosos mensajeros de infinitos misterios.
[Traducción de Eustaquio Barjau]