CHARCO
Recuerdo muy bien ese miedo infantil.
Evitaba los charcos,
sobre todo los recientes, tras la lluvia.
Alguno podría no tener fondo,
aunque pareciera igual que los demás.
Piso y de pronto me caigo toda,
comienzo a volar hacia abajo,
y más y más abajo,
en dirección a las nubes reflejadas
o a lo mejor más allá.
Luego se secará el charco,
se cerrará sobre mí,
y yo atrapada para siempre –dónde–
con un grito que no llega a la superficie.
Sólo después llegó la cordura:
no todos los percances
obedecen a las reglas del mundo,
y aun si lo quisieran,
no pueden suceder.
[Traducción de Elzbieta Bortklewicz]