EL POETA SE VIENE ABAJO
La luciérnaga brilla
sin que nadie la envidie.
Eso sí que es talento
y no lo mío, que si salgo
airoso del poema alguna tarde
todo son ninguneos
y ásperos homenajes y rabietas
de poetas con alma de melón
y mala baba.
Feo,
como Caín, es este asunto.
Alguno me desea una desgracia
con tal de que no cante nunca más.
Triste y hastiado, triste
y hastiado, triste y hastiado
dejo
–qué remedio–
que mi llanto callado cruce el bosque.